top of page

Erasmus

Y un día enciendes el ordenador y decides clicar en “solicitar beca”. Rellenas tu nombre. Diferentes destinos por toda Europa. Un tiempo de duración.

Suena bien. Erasmus. Has leído. Has visto fotos. Tienes ganas de salir de casa. De viajar. De empezar a conocer el mundo tu sola.

Así que te despides. Fiestas. Abrazos. Vuelve pronto. Disfruta mucho.

Y subes en ese avión. Con esa maleta que es más grande que tu. Y la maleta de mano. Y la mochila. Sabiendo que te dejas algo en tierra. Aunque no sea algo material. Incertidumbre. Duda.

Primera semana. Todo es agobio. Donde están esos nuevos amigos. Y esos viajes. Y esas fiestas. Y la tranquilidad de tumbarse en la cama.

Llevas solo una semana y ya quieres volverte a casa. Para que te cocinen. Y te laven la ropa.

Un learning que nunca cuadra.

Un piso que no encuentras.

Codigo Fiscale. Foto carnet.

Tarjetas.

Transporte público.

Comida.

Banco.

Que hago aquí.

El valor de marcharse, el miedo a llegar.

Y han pasado más de tres meses desde aquel extraño día. Tienes que coger de nuevo el avión. Tanto en tan poco.

Tres meses. Doce semanas.

Un erasmus. Así lo llaman ahora. Es una nueva vida. Corta, breve. En la que todo cambia.

En la que los encuentras. En la que te encuentras. Conoces. Pruebas. Cambias. Y vuelta a empezar.

Entonces vuelve a sonar esa canción que pusiste tu primer día de Erasmus.

Dejarse llevar suena demasiado bien, jugar al azar, nunca saber donde puedes terminar o empezar, o empezar.

Has necesitado tres meses para darte cuenta. Pero ahora entiendes esa letra mejor que nunca.

bottom of page